miércoles, 14 de octubre de 2009

La estampa de un imperialista con un Nobel

Cualquier persona con un grado mínimo de consciencia estará de acuerdo con que la noticia del nuevo Nobel de la Paz, en principio, parecía una zancadilla humorística. Y no es raro, pues el actual Presidente de Estado Unidos carece, absolutamente, de cualquier mérito para obtener dicho reconocimiento.

Según los miembros del jurado han apostado a que Obama, ha demostrado amplia voluntad por el desarme nuclear y el retiro de las tropas de Irak. Cuestión extraña, pues el mero hecho de expresar voluntad no demuestra necesariamente que los actos del día a día del Presidente se enmarquen en dicha lógica argumentativa.

Pero, ¿es suficiente aquella premisa? De buenas a primeras me atrevo a decir que no, pues Obama sigue siendo el Presidente del imperio: aquel que mantiene vigente el bloqueo criminal contra Cuba, aquel que legitima la política genocida de Israel, aquel que tiene sitiado al mundo entero con bases militares, aquel que tiene el mayor poderío armamentístico del mundo (incluso nuclear), aquel que hace no más de cien días programó y financió el golpe de Estado contra el Presidente Manuel Zelaya en Honduras, aquel que por estos días promueve la instalación de siete bases militares en Colombia; con el pretexto de combatir el narcotráfico, aquel que el año 2002 legitimó el golpe de Estado contra el Presidente Chávez, aquel que sustenta la Escuela de las Américas; centro de formación de asesinos y criminales... es decir, aquel que no se ha caracterizado en su historia por prevalecer la vía pacífica para solucionar los conflictos.

Obama, lamentablemente no es solamente el Presidente de los Estados Unidos, es también el Presidente del genocidio (Dictaduras en América Latina, agresiones a Palestina e invasiones varias), la violación de los derechos humanos en todas sus expresiones (cárceles secretas de la CIA), del hambre, del narcotráfico (Es el principal país que consume drogas en el mundo), de la desigualdad, de la contaminación (Acuerdo de Kyoto). En fin, un largo etcétera que ética y moralmente no lo hacen merecedor de un premio de esa envergadura.

Sin embargo, y otorgándole el derecho de la duda, el premio quizás es una instancia valedera para presionar a un Presidente que efectivamente ha demostrado ventilarse con otros aires y que se posiciona como un férreo opositor a las políticas violentas de su antecesor. A Obama le han dado un premio que se suma a la carga moral de ser Presidente de un país que es apuntado todos los días por sus políticas intervencionistas y el daño, que a lo largo de la historia, ha causado a la humanidad.

Con el famoso premio, El Presidente Obama debe decidir por cuál camino seguir: aquel que caracteriza al imperio violento o aquel que se ajusta al respeto de la autodeterminación de los pueblos y la cooperación mutua. El peso moral de este premio hará, qué duda cabe, que la imagen popular del mandatario se potencie peligrosamente, sin embargo, y también, será la chance histórica para frenar (sin disparar un tiro) la sangrienta política Estadounidense contra pueblos desarmados.

El tiempo dará la razón respecto de lo acertado del premio. Por el momento tenemos una nueva arma que usar contra los violentos; la estampa de un imperialista con un Nobel a cuesta que no podrá renunciar –por más que quiera- a los principios de la paz.


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